La mañana tiene kanto de turpial y Los sonidos son espirales que acompañan la dulzura de la orquidea

viernes, 2 de julio de 2010

LA CULTURA ES DEL PUEBLO, EL PRESUPUESTO ES DE LAS ORQUESTAS

La Cultura es del pueblo; el presupuesto es de las Orquestas
(Por: José Roberto Duque Fecha de publicación: 22/08/09; Articulo extraido de Aporrea.org)

Se supone que cuando un pueblo entra en Revolución todo comienza a ser cuestionado, reinterpretado, reinventado y, si se salva de la liquidación por sus méritos y valores genuinos, refundado. Todo lo que aspira a mantenerse en pie (instituciones, figuras públicas, dinámicas de trabajo y vida, etcétera) debe pasar por una especie de filtro social llamado relegitimación.

Se supone también que, llegado el momento de relegitimarlo todo, o al menos de ponerlo todo bajo cuestionamiento, la primera entidad que debe someterse a ese análisis del ojo del pueblo es esa que llamamos cultura. Si lo cultural y lo económico permanecen inalterables ya va siendo hora de cuestionar también el nombre que se le ha dado al proceso: ¿es revolucionaria la indulgencia con que se ha tratado el tema Cultura en estos años?.

Sin necesidad de forzarse a responder en estos pocos párrafos a esa pregunta, resulta al menos sospechosa la forma en que se ha querido mantener un sistema de privilegios que se traduce en una afrenta inverosímil al pueblo hacedor de cultura. Sin ir más lejos en esta introducción, es preciso detenerse a pensar (por ahora sólo a pensarlo) por qué el Estado invierte tantos millardos de bolívares en el mantenimiento de un sistema denominado orquestas sinfónicas y organizaciones afines, difusoras de la música académica, aporte de la cultura europea. Nuestros respetos y admiración a Brahms, Mozart, Beethoven y al espíritu universal que engendró la música de estos genios, pero si quedamos en que estamos en una revolución que ha de darle su justo valor a la creación del pueblo, a la herencia social de nuestros creadores de la tierra profunda, ¿por qué los cultores de los tambores de Curiepe tienen que desayunarse un tornillo, mientras las orquestas reproductoras de una música que no es nuestra ni de esta época (es decir, absolutamente extraña a nosotros como pueblo) reciben una cantidad de dinero que ya quisieran para sí el sistema de salud, el sector vivienda o los niños de la calle?.

No hemos traído por los pelos la reflexión ni está suspendida en el aire. Hay cifras concretas que desenmascaran esta verdad insólita. Aquí van varias, junto con otros datos de interés.“El Maestro Abreu” sigue siendo llamado El Maestro Abreu, y lo que molesta no es el título sino que el tipo lo ejerce en forma de poder absoluto: “sus” orquestas sinfónicas (regalo de las administraciones Caldera y CAP en las que fue ministro y presidente del CONAC) son intocables.El año pasado, “sus” orquestas (FESNOJIV) recibieron del Estado 48 millardos de bolívares. Poca cosa para orquestas tan prestigiosas, diría cualquiera. El problema es que el CONAC le otorgó ese mismo año, a más de dos mil quinientas agrupaciones artísticas y culturales (teatro, danza, música popular, etc.), la suma de 47 millardos.No es el Estado la única fuente de ingresos del andamiaje orquestal del "Maestro".

FESNOJIV es un proyecto financiado por… Hay que decirlo: por el Ministerio de Salud y Desarrollo Social. Ustedes saben: la música, el desarrollo, la salud. Elementos afines entre sí.Preciso es dejar de lado por un momento a las orquestas de “El Maestro”, no vaya a ser que se piense que es algo personal contra él. También sucede que el Estado, a través de otras vías, les asigna recursos a otras orquestas y agrupaciones de ese género, y la sumatoria, según ciertos documentos públicos que ya son objeto de la curiosidad de unos cuantos, anda muy por encima de los 100 millardos. Sólo la Filarmónica Nacional, la Sinfónica Venezuela y la Sinfónica Municipal, por mencionar tres de las cinco fundaciones orquestales que funcionan en Caracas (y del montón que hay en el país) sumán 20 millardos de presupuesto otorgado por diversas entidades estatales.En 1997, el BID aprobó 8 millones de dólares para las orquestas juveniles en Venezuela.

El año pasado BANESCO decidió otorgar 3 millardos para la dotación del sistema de "El Maestro". Los ejemplos podrían seguir.A todas estas, para cumplir con el requisito de que la cultura debe ser “para el pueblo”, las orquestas del “Maestro” dan conciertos gratis.Y ¿será que el pueblo necesita que le muestren “gratismente” una forma de cultura casi vacía de contenido para nosotros, gracias a las inversiones multimillonarias a favor de un “Maestro” y un “Sistema” que se llevan en los cachos más de la mitad del presupuesto para la Cultura de este país?.

OIDO AL VIOLIN MÁS QUE AL TAMBOR

Oído al violín, más que al tambor...
El sistema: inclusión condicionada, culturización y hegemonía
(Por: Xavier Padilla (*) Fecha de publicación: 01/07/10; Articulo extraido de Aporrea.org)

Lo que sigue es una propuesta alternativa para la cultura popular: la Red de Espacios Musicales Alternativos (REMA), relativa al desarrollo comunal de la MÚSICA POPULAR. Su objetivo es contrarrestar a la hegemonía ejercida por el Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela, el cual convierte el discurso de la inclusión social en un pretexto para imponer su propia y discriminatoria predilección por la música clásica, resultando en la exclusión de la popular.

Nota preliminar
La presente propuesta trata exclusivamente del arte musical popular y de su medio natural: la comunidad. Siendo venezolano, músico, y con una experiencia internacional extensiva a más de 40 países, fue la intensa actividad comunal desempeñada durante una década en un barrio de Caracas (Sarría, 1977-1987) lo que dio origen a mi propio desarrollo. Este proyecto está fundamentado, por lo tanto, en una experiencia concreta y no en una especulación idealista acerca de las condiciones comunales necesarias para el desarrollo del arte musical popular.

I. Del arte musical popular
Por arte musical popular entendemos todas las formas musicales desarrolladas fuera del ámbito académico clásico, originadas en el talento expresivo del pueblo y cultivadas mediante sus propios métodos y formas de aprendizaje. Estas formas musicales se renuevan constantemente y suelen mezclarse unas con otras para formar nuevos estilos y géneros, creando y recreando los códigos vivos de una interacción permanente, gracias a la cual el pueblo aporta de continuo una versión genuina y actualizada de su expresión, y reafirma por ende su libertad.

Es necesario señalar que al hablar de “música popular” no nos referimos a la música folclórica. El adjetivo “popular” nos remite a un amplio conjunto de géneros y estilos musicales cuyo origen no se limita a la música folclórica, de carácter patrimonial y originada en tradiciones ancestrales. Por supuesto, la música folclórica es también considerada “música popular”, pues tiene su origen en el pueblo, pero en la misma no puede monopolizarse el amplio espectro que comprende lo popular. La música popular engloba, antes bien, todas las formas musicales aparecidas en la sociedad tanto en el pasado como en el presente, ya que el significado del adjetivo “popular” no se agota en lo patrimonial, lo tradicional, sino que se extiende a lo que pertenece al pueblo en todo momento (pasado, presente y futuro); lo popular constituye, pues, una expresión viva, directa, cuyo origen no es el medio clásico, ni su vocación la academia. Históricamente, la academia y el repertorio clásico son también patrimonios, tradiciones de una cultura bien específica, pero éstos no tienen precisamente un origen popular.

La música popular es un elemento representativo de la absoluta espontaneidad y libertad creativa del pueblo en su autodeterminación identitaria, y se origina invariablemente en las comunidades. El Estado venezolano, por lo tanto, debe, tal como se menciona en el Artículo 100 de la Constitución Nacional, reconocerla, respetarla y promoverla bajo el “principio de igualdad de las culturas”. Tiene la obligación de darle un apoyo al menos equivalente al que le da actualmente a la música clásica a través de nuestro celebrado sistema de orquestas.

II. Origen comunal de la expresión artística popular
1. La comunidad como fuente y destino. Nuestras comunidades, aun siendo ricas en manifestaciones culturales diversas, a menudo no llegan a desarrollarlas y devienen, por decirlo así, verdaderas canteras de desperdicio artístico. Pero no es el desperdicio del potencial artístico del individuo como objeto de valor comercial lo que nos preocupa en nuestro proceso de cambios hacia una sociedad socialista. No nos interesa la profesionalización del artista en tanto que futuro vendedor de su talento. Nos interesa, en cambio, el desarrollo y la optimización de sus capacidades dentro del ámbito de una integración social, no de una integración comercial.

Una sociedad socialista, entendida en forma integral, reivindica la interdependencia entre el individuo y su entorno, y considera los beneficios individuales como propios del colectivo. La sociedad deviene una extensión del individuo y no una instancia diferenciada contra la cual lucha y a la cual tiene que vencer. Contrariamente a esto, la sociedad capitalista, de cuya esencia surge la falsa concepción de un antagonismo necesario entre individuo y sociedad, niega e impide deliberadamente que la expresión artística del individuo sea también expresión de un colectivo, que tenga dicha doble pertenencia. Pero la expresión artística popular, sin su elemento comunal de origen, es apenas una imitación de sí misma.

2. El hábitat ético-estético de la expresión popular. El arte, desde un punto de vista comunal, dista mucho de la concepción burguesa según la cual la expresión artística es un acto individual y un fin en sí misma, independiente de todo contexto original colectivo. Cuando hablamos del arte desde una perspectiva comunal, nos referimos a la sola forma de arte que consideramos éticamente posible: la del arte en tanto que acto integral, contextual, surgido de una realidad que delata en el individuo-artista su pertenencia a un colectivo. La comuna donde vive el artista se expresa virtualmente en sus obras, no sólo su propia persona. Contrariamente a lo postulado por el capitalismo, el innato potencial artístico del individuo no basta para generar una expresión artística que refleje la realidad; no puede faltar en la obra la influencia directa de las condiciones de vida comunales del artista (esto es, sus condiciones de vida reales), las cuales constituyen aquello que, en retrospectiva, confiere legitimidad a la realidad de su expresión.

En el modelo capitalista, la sociedad cosifica la expresión artística en un hecho abstracto, subjetivo y exclusivamente personal. La creación deviene entonces un fenómeno “individual”, “independiente”, adscrito a una figura jurídica acomodaticia que permite su pronta conversión en producto mercantil. Quedan así el artista y su obra separados del contexto comunal inicial, cual bienes de consumo expropiados a la comunidad. Y ésta, al ir perdiendo a sus artistas, quienes son extraídos de su seno hacia un mercado donde terminan a menudo desangrados, se convierte en un lugar desierto, sin alma propia, o bien se convierte en un espacio meramente geográfico, donde el arte y la presencia de manifestaciones culturales no sólo son un fenómeno cada vez más raro, sino además disociado. ¿Cómo podría ser de otra manera en comunidades sometidas al rompimiento de su ciclo natural de expresión identitaria, o lo que podríamos llamar una alteración de su hábitat ético-estético?

3. Vulnerabilidad, mimetismo y dependencia cultural. La comunidad, desprovista de su propia cosecha, y viéndose limitada a nutrirse exclusivamente del exterior, no sólo termina padeciendo un empobrecimiento de su propio potencial artístico, de su fertilidad ético-estética, de sus defensas identitarias naturales, sino que deviene más vulnerable y propensa a la enajenación cultural. Dentro de un contexto de vacío cultural propio, toda información recibida termina por convertirse en un brazo de transculturización y por ende de alienación.

La incidencia de contenidos estéticos foráneos produce en la comunidad debilitada un efecto contrario al de las creaciones propias de una cultura local sólida: desmiembra, separa, individualiza, rompe continuidades generacionales e introduce en el individuo espejismos e ilusiones irrealizables. Es así como terminan por aparecer en los miembros de una comunidad desmembrada (membra disjecta) los signos evidentes de una conducta imitativa, acomplejada, compulsivamente reproductora de lo foráneo, devenida exógeno-dependiente y endógeno-repulsiva. Una conducta visceral y persistente en su negación de lo próximo, propia de individuos auto-confinados a dimensiones ficticias y cuyo aislamiento de la realidad objetiva culmina en una disociación que los condena al auto desprecio.

4. Liberación creativa. Las únicas defensas reales que tienen las comunidades —y por ende la sociedad entera— frente a un peligro constante de sub-culturización son, pues, el cultivo y práctica de actividades artísticas propias, sin lo cual todo cuanto detentan de potencialmente positivo para su armonía y equilibrio se lo lleva el capitalismo.
Con objeto de evitar esto, las comunidades deben ser dotadas —por un Estado socialista, anticapitalista y antiimperialista— de medios para su propia defensa. Defensa que constituye una necesidad de primer orden y que implica la implementación de un proyecto de envergadura. Es indispensable la creación de bases estructurales eficientes con las cuales poner en práctica el desarrollo de la expresión artística libre, intuitiva, espontánea, sin la imposición de modelos ni referencias acabadas de otras culturas. Posibilitar la liberación creativa —a través de medios artísticos universales tales que el teatro, la danza, la pintura, la fotografía, la poesía, la escultura, la música y otros— es una prioridad impostergable.

III. Aspecto contextual del presente proyecto
La música ha sido siempre una de las expresiones artísticas más relevantes del pueblo venezolano, pero también una cuyo potencial de integración comunal ha sido altamente subestimado. Podría pensarse que esta afirmación, en un país como Venezuela, cuna del mundialmente celebrado Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles (SOIJ), constituye un signo de mala fe. Sin embargo, hay razones para afirmarlo, y ello sin negar en absoluto la importancia ni los méritos de dicho sistema.

Si observamos bien, no es precisamente el potencial comunal lo que el mismo promueve. En su acercamiento —no obstante meritorio— a los más recónditos sectores de la población venezolana, el “sistema” colecta talentos que luego son instruidos en la ejecución de un repertorio musical europeo (incluidas sus estructuras formales correspondientes), y no de repertorios locales, populares, actuales ni autóctonos. Éstos siguen quedando en manos de la radio y la televisión…

La orquesta clásica, que es la estructura nominal del “sistema de orquestas”, simplemente no puede —a pesar de sus eventuales esfuerzos— abordar con propiedad, con adecuación, con pertinencia, con solvencia ni con autoridad las diversas sonoridades de la música popular contemporánea (en buena parte basada en instrumentos eléctricos, sintéticos, etc.), ni aun de la música folclórica (repertorio afrodescendiente, indoamericano, etc.). Estas formas musicales disponen de sus propios instrumentos, técnicas y métodos. En cuanto al medio ambiente práctico y real del “sistema”, éste es el conservatorio, la academia, no la comunidad.

Es así como gracias al filtro cultural inmanente a la música clásica (el cual es desafortunadamente reminiscente de nuestra histórica condición colonial), un amplio abanico de formas musicales vivas y populares queda automáticamente excluido. Se trata de formas a veces autóctonas, otras simplemente propias de las tendencias de vida locales de nuestras clases populares. A las cuales diversos —y muy cuestionables— intentos de adaptación clásica no logran en modo alguno “honrar”, sino apenas reutilizar y descontextualizar, sin llegar a retribuir a las fuentes originales un aporte artístico proporcionalmente válido.

Es por lo tanto difícil no advertir en el mencionado “sistema” la existencia manifiesta de una clara tendencia culturizante sobre lo popular. En este sentido, aun al aportar elementos y medios artísticos a una población en descuido, el “sistema” emplea sutiles procedimientos coloniales de "substitución cultural", lo cual lleva a cabo reclutando talentos y luego "culturizando" allí donde supuestamente no hay aún cultura, sino "potencial artístico bruto".

Aun teniendo dicho “sistema” el mérito incuestionable de contribuir al desarrollo y continuidad de la cultura europea en nuestras tierras (mérito que celebramos, pues no pretendemos negar en lo absoluto el valor de dicha cultura), la captación por parte del Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles de jóvenes en situación de exclusión social no justifica un reemplazo del “tronco” principal de nuestras raíces, ni una sub-valoración (por omisión) de la variedad, universalidad y complejidad de la cultura musical popular a la cual la comunidad, como célula esencial de la cultura, nos remite de continuo.

Vale señalar que la mencionada intencionalidad culturizante de dicho “sistema” no es un hecho puntual ni accidental. Se trata más bien de la naturaleza misma expansionista de la cultura a la cual el mismo representa, convencida históricamente de su superioridad y por regla general acostumbrada a imponerse allí donde se encuentre.

No obstante, el éxito que el “sistema” ha tenido en nuestra nación se debe, a parte de dicho expansionismo, también a dos factores concretos: la legendaria perseverancia de su fundador, el maestro José Antonio Abreu, y la forzosa ausencia de una iniciativa similar o comparable por parte de los sectores populares de nuestra cultura.

Claro que sería vano —y hasta cruel— comparar la desigualdad de oportunidades que prevalece entre ambos actores: por un lado tenemos al emblemático maestro clásico, culto, fundador de academias, benefactor altruista —con influencia política transgubernamental—, y por el otro tenemos a los músicos autodidactas, no académicos, dichos “de calle”… Es una comparación tan inútil como cualquier apología que intentaran hacer los pobres frente a su proverbial desventaja. Los músicos populares ya han hecho bastante con lograr afinar sus raídos instrumentos y entonar sus cantos sublimes, llenos de optimismo, en medio de una marginación consistente, sistemática.

No es un secreto que la música clásica siempre ha tenido la exclusiva bendición de la clase dominante en nuestro país, a diferencia de la música popular. De esta última siempre ha habido una percepción degradante por parte de los miembros de la clase dominante, quienes, sin poder ser realmente considerados “cultos” ellos mismos, han no obstante sembrado en el inconsciente colectivo de nuestro pueblo una axiología cultural pro-europea, elitista y antipopular.

Por esta razón, la creación de un sistema defensivo con el cual las comunidades puedan preservar los contenidos propios de su expresión artística es a todas luces necesaria. Se trata de uno de los aspectos cruciales de nuestra lucha de clases (su parte cultural), la cual pasa por una reivindicación pragmática de los fundamentos comunales originales de la expresión artística.
La expresión musical popular, hay que señalarlo, es universal, pero “vuelta” marginal.
Constituye una multitud de expresiones musicales actuales y autóctonas de las más diversas culturas del mundo, la cual ha evolucionado al margen del capitalismo y ha tenido generalmente poca visibilidad; incluyendo aquellas formas musicales que no han podido llegar hasta nosotros, que han sido históricamente prohibidas y arrancadas de su contexto original (el comunal) a través de las épocas. Unas más, otras menos, pero todas ejemplos expresivos extirpados de su medio y víctimas de la dominación y el sometimiento al cual por muchísimo tiempo han estado sujetas sus comunidades de origen.

La confrontación es, pues, histórica e inevitable, y la razón por la cual se ha dicho que la revolución tiene que ser cultural, es que la cultura no constituye un elemento accesorio de los pueblos, sino un aspecto esencial de los mismos: el de su identidad. En tal sentido, los modos y formas expresivos de la clase históricamente dominante no pueden ser los mismos con que se expresa el pueblo, ya que los elementos de su expresión (o estética) no pueden serle suministrados por su opresor. El pueblo no puede expresarse a través de ellos ni hacerlos suyos sin traicionarse a sí mismo. Es obvio que todo propósito de identidad comienza por el factor ético, y que a éste está indisolublemente vinculado el estético.

Si la ética de la clase dominante no se corresponde con la ética de las clases populares, la estética de aquélla no puede corresponder con la estética de éstas. La creación y la expresión artística dicen mucho de la verdadera soberanía de una sociedad: la cultural. Ésta es la identidad misma de los pueblos.

En un proceso revolucionario de cambios sociales como el nuestro, no podemos olvidar la vigencia de esta dialéctica de dominación histórica, la cual trasciende hasta nuestra mal llamada era “post-colonial”. Por ello nunca enfatizaremos demasiado la responsabilidad que tienen las actuales instituciones revolucionarias en devenir instrumentos para un verdadero cambio de paradigma cultural.

IV. Necesidad de un “sistema” popular paralelo
El presente proyecto propone crear estructuras que proporcionen a la música popular oportunidades de desarrollo similares o equivalentes a las que tiene la música clásica en nuestro país, y ello haciendo énfasis en el carácter integral, comunitario, no académico del entorno comunal que le es propio. Es un hecho que las formas naturales de estudio y evolución de la música popular no corresponden a las de la academia, debido a que las técnicas de composición e interpretación son aprendidas y desarrolladas en forma diferente que en el conservatorio.
La formación del músico popular es expresión directa de un hecho comunal espontáneo y tan natural como la música misma que interpreta. El flujo de conocimientos transmitidos y asimilados deviene un fenómeno orgánico en la intimidad convivial del entorno comunal.
La formación de músicos profesionales en el medio clásico tiene, en cambio, la particularidad de crear en cierta forma funcionarios de orquesta. El músico en el mundo clásico se encuentra en un contexto donde su talento puede ser concebido y catalogado en función de una jerarquía piramidal, cuantificable. Tal vez sea la única forma de mantener y desarrollar el trabajo específico que dicha música demanda, pero de cualquier manera el medio académico crea en fin de cuentas una comunidad a parte de la comunidad misma.

V. Los Centros Comunales de Integración Musical
La Red Espacios Musicales Alternativos (REMA), que consiste básicamente en un sistema de Centros Comunales de Integración Musical, está concebida en función de un cambio radical de paradigma cultural y responde a una necesidad profunda de transformación social. Entre otras cosas, esta red provee una estructura que es crítica, en sí misma, de cualquier utilitarismo cultural, como aquel que ve en la actividad artística popular un simple instrumento de prevención delictiva, o bien un dispositivo complementario antidrogas. Tal concepción, propia de un panfletarismo pseudo-socialista, intrascendente, reformista y superficial reduce la importancia del arte popular a una actividad de relleno social, y, lo que es aun más grave, no ve inconveniente en que el talento comunal sea utilizado en detrimento de su propia identidad cultural, poniéndolo en manos de una estética culturizante, eurocentrista y hegemónica.

Los Centros Comunales de Integración Musical comenzarían a ser instalados en las comunidades de forma experimental mediante módulos "pilotos", los cuales luego se extenderían progresivamente por todo el territorio nacional. Para ponerlos en funcionamiento, los mismos requieren de facilitadores o facilitadoras, los o las cuales NO necesitan haber egresado de escuelas tradicionales de música (conservatorios, academias musicales, etc.). Éstos sólo deben dar constancia de una actividad musical confirmada en tanto que músicos en ejercicio. Los facilitadores obtendrán, eso sí, una adecuada formación acerca de los lineamientos generales del proyecto y sus bases conceptuales, así como sobre la particularidad de su condición de facilitadores-motivadores (FM) de la iniciativa musical comunal, y NO en tanto que dirigentes de ésta.

VI. Concepto del trabajo musical en los Centros
La línea musical del trabajo realizado en estos Centros será sólo definida por los participantes comunales mismos, en modo alguno por los Centros. La libertad en este sentido es total y el rol de los FM es puramente asistencial. Estos núcleos tendrán, por ello mismo, el deber de informar y orientar respecto de la diversidad de legados y corrientes musicales actuales existentes en el mundo, haciendo énfasis en las expresiones de tipo autóctonas y populares de la región. Para ello se organizarán charlas periódicas con otro tipo de facilitadores, los facilitadores itinerantes (FI), cuya función específica es la de visitar los Centros donde sea propicia la temática particular de su dominio. La organización general de este tipo de actividades, como la de todas las demás actividades del proyecto, está llevada a cabo a partir de una oficina central llamada Dirección General de Centros Comunales de Integración Musical (DGCCIM), responsable máximo de la gestión de Centros, y debe depender del Ministerio del Poder Popular para la Cultura o de cualquier otra instancia pertinente disponible para la recepción y sostén del proyecto. Los costos están por definirse, pero, por la sencillez del mismo —en comparación con el sistema de orquestas—, puede estimarse que la puesta en marcha este proyecto y su gradual desarrollo no supondrán la afectación de un presupuesto oneroso.

VII. Objetivo de los Centros
Los Centros Comunales de Integración Musical (CCIM) vendrían a cubrir una importante laguna en el sector cultural musical de nuestro país, ayudando entre otras cosas a erradicar de la psicología de nuestro pueblo la errada óptica predominante —impuesta por el modelo capitalista— que promueve o profesa la "producción" de talentos. A ello se responderá con hechos concretos y mediante la prueba práctica de que la comunidad, ante todo, es el órgano principal de la sociedad y que la música —como tantas otras formas de expresión artística— es uno de sus elementos propios: que es en la comunidad donde se genera, donde “vive”, donde se cultiva y donde mejor se expresa.

Sin música la comunidad enmudece, se “seca”, empobrece su alma. No podemos decir que la música sea el alma toda de la comunidad, pero es incuestionable que siempre ha sido un elemento importante de la misma; uno de cohesión, de integración, con un gran potencial identitario y unificador. Y como se ha dicho infinidad de veces, la música es también un lenguaje universal; pero uno que fertiliza colectivos, que inventa sus modos propios comunales. Así como nos identifica, la música ayuda a crear al mismo tiempo nuestras identidades.

También se probará y pondrá en práctica en estos centros que la música no pertenece a los músicos, sino a todos los seres humanos, tanto a quienes la hacen como a quienes la escuchan o la bailan; y que todos integramos su fenómeno, el cual imprime nuestra huella cultural en el tiempo y en el espacio. Tomemos como ejemplo a los gitanos, y veamos la importancia que tiene la música en el seno de esas comunidades errantes de la historia, segregadas, excluidas, marginadas y perseguidas. La música fue siempre su fuerza de cohesión, su forma de vida, su resistencia, su impermeabilidad y hasta su subsistencia. La influencia que luego su música tuvo y sigue teniendo sobre tantas otras músicas del mundo, incluyendo las músicas llamadas "cultas", es no sólo incalculable sino la prueba misma del poder comunal inherente de la música.
Este poder es a menudo un aspecto suyo muy subestimado. Miremos alrededor, en nuestra propia geografía: ¡cómo abundan similares ejemplos! Si bien es cierto que el poder popular de la cultura se manifiesta principalmente a nivel de la comunidad, no hay dudas que entonces la comunidad, históricamente, tiene a uno de sus mejores aliados en la música.

La Red de Espacios Musicales Alternativos y sus Centros Comunales de Integración Musical son el reconocimiento mismo de la música en tanto que expresión, parte y derecho de la comunidad; su creación e implantación en el panorama cultural de la nación constituye, por lo tanto, una sentida respuesta institucional-revolucionaria en protección de este derecho.

VIII. Nota ideológica final
Una sociedad socialista debe formar individuos para el aporte a la sociedad, y es sólo mediante este aporte que reviene a ellos cualquier satisfacción personal en forma de calidad de vida. En ella la satisfacción de los propósitos individuales sólo puede ser alcanzada a través de propósitos meta-individuales, los cuales constituyen el único orgullo moralmente válido dentro del socialismo. Estos propósitos sociales son la forma más elevada de proyección del individuo: en ellos él mismo ya no es considerado como un fin en sí, sino como parte de una realidad integral, supra-membral. Dejan superado el egoísmo fomentado por el capitalismo y fundan una revolución cultural que comienza en las comunidades, donde todos los individuos forjan una identidad colectiva superior a la suma de sus partes. Identidad cuyo carácter natural confiere a la cultura local la solidez suficiente para hacerse impenetrable y defenderse sola, y que representa la máxima expresión de los pueblos. Identidad, en definitiva, que más allá de toda satisfacción individual produce lo que, con toda razón y pertinencia social, gustamos en llamar «SATISFACCIÓN PATRIA».

jueves, 1 de julio de 2010

El asombro, hablando del desfile del 19 de abril

El asombro, hablando del desfile del 19 de abril ¿Cómo contar con los pueblos si se desprecia su cultura?

Por: Omar Orozco Fecha de publicación: 05/05/10
(Articulo consultado de Aporrea.org)

¡Qué doble decepción para algunos que no pudieron ver por ningún lado lo que ellos sólo consideran cultura: el hip-hop, ska, reggae, reggaetón y rock! Además de la decepción hubo asombro por parte de los televidentes –muchos de ellos “cuadros de la revolución”–, debido a la gran cantidad de público presente. Quedaron anonadados al estar por primera vez ante un desfile de expresiones populares, sus ojos se llenaron de tamunangue, San Juan, Diablos, mare mare, San Pedro, calipso, joropo, entre otros.

Vergüenza da que algunos que se consideran revolucionarios anticapitalistas y antiimperialistas desconozcan la cultura nacional, la cultura del país, la cultura popular y por ende la cultura del pueblo. Así como Allende dijo un día en México: “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”, yo digo ahora: ser revolucionario antiimperialista y desconocer y no defender su cultura es una contradicción hasta biológica. El que no conoce su propia cultura no tiene nada que defender. Con su asombro ante el desfile ponen en evidencia su ignorancia sobre su propia cultura. Los que trabajamos con la cultura popular tenemos mucho trabajo por delante, debemos comenzar por tratar de convertir eso que para muchos fue extraordinario en algo cotidiano, porque de allí viene nuestra cultura popular de lo cotidiano.

Esta situación, si se quiere es un poco comprensible para un espectador común, ya que los medios capitalistas se han encargado de inocular sistemáticamente la cultura foránea antes que la nuestra. Pero para un revolucionario y más aún para un comunicador social revolucionario no es perdonable este desconocimiento y menos si trabaja dentro del sistema nacional de medios públicos. Les puedo asegurar que para muchos de los “asombrados” es más familiar un hip-hop que los diablos de San Millán (ni siquiera sabrán dónde queda esta región) o quizás una salsa cantada por Héctor Lavoe que el baile de La Hamaca.

En variados programas, en su mayoría hecho por jóvenes, en nuestros medios de comunicación, se difunde poca música tradicional venezolana, ello bajo la justificación de que son “jóvenes” y que esa no es su música. No podemos seguir reforzando ese mito capitalista que dice que "los jóvenes tienen su música" y por eso sólo les gusta el rock y el reggaetón. Sugiero a los camaradas que cumplen ahora este rol en los medios que reflexionen sobre este tema, ya que para defender nuestra soberanía primero hay que defender nuestra cultura, como dice mi amigo Colombres: "No podemos contar con los pueblos si despreciamos su cultura". Yo agregaría, no podemos ser soberanos ni antiimperialistas sin conocer y valorar nuestra propia cultura. Ni tampoco podemos construir una patria socialista bajo la filosofía del desprecio de nuestra cultura como lo hace Abreu al afirmar que “la cultura para los pobres no puede ser una pobre cultura”.

Recuerdo que una vez le hice una crítica a un camarada de la radio porque no colocaba música venezolana y me dijo que él sí lo hacía, que él ponía ska, rock, salsa, hip-hop, etc., interpretada por músicos venezolanos. Yo le dije que eso era música extranjera tocada por venezolanos porque, por ejemplo, la música de Mozart o de Chopin tocada por venezolanos no la convierte en venezolana. Aquí hay otro mito colonialista, aquel que insta a aprender a interpretar la llamada música clásica, académica, sinfónica o universal, pues esto es garantía inapelable para que niños y jóvenes se sensibilicen y se alejen de las drogas y la delincuencia. Si eso fuera cierto, en la cuna de esta música –Alemania, Francia, Inglaterra– donde se enseña y difunde vastamente, los niños y jóvenes fueran los más sanos y pacíficos del planeta.

Para concluir, no creo que ni el rock, el hip-hop, el reggae, el ska, la salsa, (la llamada “música de los jóvenes”), ni la música sinfónica (la llamada música “culta”), deban usarse como bandera para la construcción de una sociedad socialista en cuanto a valores de soberanía e independencia. Completando la frase con la que abrimos esta reflexión podemos resumir, citando al mismo Colombres, que “la cultura popular es, o debería ser, la verdadera cultura nacional. Frente a la cultura nacional y popular se suele poner a la cultura universal, (…) que es prácticamente la cultura de los dominantes en la esfera internacional, universalizada con pretensiones de dominio, con miras a suprimir las raíces de la diversidad. Siempre es bueno que el hombre conozca otras culturas y no sólo superficialmente. Pero antes debe conocer bien la propia, consolidarla en su interior, hasta que opere como resorte protector. Como punto inalienable de mira. Recién entonces estará en condiciones de transitar por el mundo sin peligro”.

La idea no es estar en total desacuerdo con la mal llamada “música de los jóvenes” ni con la “música culta”, lo en lo que sí considero que debemos estar claros los revolucionarios, es que en este proceso hay un apoyo político y económico desigual con relación a la cultura popular porque actuamos, en general, como diría Eduardo Galeano “como si el pueblo fuera mudo, aunque hagamos todo lo posible para que no sea sordo”.

No basta sólo con tener pie y mano izquierda, ni con sólo ser irreverente, demos tener conciencia y corazón revolucionarios, ser irreverentes dentro de la revolución, ser irreverentes revolucionarios, no como esos irreverentes capitalistas convertidos en rebeldes sin causa, trampa del capitalismo que desprestigia, desvaloriza y banaliza la rebeldía con estereotipos a lo James Dean.